La vida de dos inmigrantes luchadores

Había una vez una mujer llamada Florence Owens Thompson, una mujer inmigrante de aproximadamente unos veinticinco años de edad.
Era una mujer muy apuesta, de mediana estatura, su pelo era de color oscuro y tenía unos hermosos ojos de color marrón. Era muy alegre y simpática.
La conocí trabajando en una casa ubicada en la ciudad de Kansas, Estados Unidos, realizando labores domésticas, mientras yo realizaba labores agrícolas.
Luego de muchos años, nos casamos. Y, al muy poco tiempo,nos mudamos a una pequeña casa, que nos prestó mi prima, ubicada muy cerca de dónde trabajábamos. Dos meses después de habernos casado, tuvimos a nuestro primer hijo, al que lo llamamos Christopher.
Cuando Christopher había cumplido un año, nacieron nuestros dos mellizos a los que los llamamos Abraham y Andrew. En los años siguientes nacieron Celestine, Alison, Ashley y Catherine. Todos fueron niños muy apuestos, y, los mismos gozaban de buena salud.
Tres años después recibimos una propuesta de trabajo, de parte del señor Bastian Murray, en la ciudad de Nueva York en una casa de familia de la alta sociedad. Florence y yo aceptamos con el fin de sustentar  a nuestra familia, debido a que el nivel de producción en el campo había disminuido mucho y ya no teníamos un sostén económico suficiente para sustentar a nuestra familia.
Cuando llegamos a Nueva York, nos instalamos en aquella casa, con nuestros hijos. Luego de un tiempo, la familia completa nos recibió, con una mirada de desprecio, lo que generó en nosotros mucha incomodidad.
Pasamos casi ocho años trabajando en aquella casa, sin gozar de privilegios y obedeciendo órdenes, hasta que un día la familia nos reunió a mí y a mi esposa para comunicarnos que ya no podíamos seguir trabajando, porque ya no podian pagar nuestros salarios debido a que la economía había disminuido.
En ese preciso momento nosotros nos vimos en una situación de pobreza total, no teníamos un lugar para vivir, no teníamos empleo y ni siquiera podíamos  volver a Kansas, no teníamos una buena posición económica, ni siquiera para recurir a los recurso mas esenciales.
Pasamos días y noches varados en la calle, refugiándonos del frío, calor, lluvia, viento, a través de unas carpas que construíamos nosotros mismos con palos y toldos. En las mañanas debíamos ir a buscar trabajo. Durante ese tiempo en que nos manteníamos desprotegidos, mi esposa se enfermó, y al muy poco tiempo, ella falleció.
A partir de ese momento mis hijos y yo nos quedamos solos, no teníamos acceso a los recursos más esenciales, como el poder alimentarnos, tener ropa en buen estado y limpia y por sobre todas las cosas tener un hogar. Hasta que un día me encontré con un hombre que me ofreció trabajo. A partir de ese momento mi economía fue creciendo, pude tener un hogar, y tener acceso a los recursos más esenciales.

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